domingo, 19 de febrero de 2012

CERRAR UN LIBRO, TERMINAR UN CUADRO




Cuando el pintor termina de mirar eso que los hombres llaman libro, lo cierra y se queda un largo rato como ausente. Siempre que lo hace quiero imaginar lo que ha visto en esas hojas, los mundos que ha visitado, las cosas que ha descubierto.
Si sonríe, sonrío con él porque sé que esa noche será cariñoso y habrá doble ración de ronroneos. Si serio, ya puedo irme a dormir a mi cojín favorito...
Después lo coloca en la estantería, al lado de otros muchos cubiertos de polvo que me hace estornudar. Rara vez vuelve a sacarlos de su sitio si no es para prestarlos.
A veces, cuando lo deja sobre la mesa y no me ve, aprovecho para abrirlo. Mis dedos no son hábiles y acabo tirándolo al suelo con el consiguiente estruendo y la carrera para esconderme lo antes posible.
Quizá la vida sea una sucesión de libros que se abren y se cierran como ventanas. Dentro hay una historia alegre o triste, unos personajes que van y vienen y se mueven entre las sombras.
Una ventana se abre y una joven gata, de otro mundo, sonríe  apoyada sobre la batiente mientras suena una canción de Bob Marley. La ventana se cierra y es el olvido, la estantería, el hueco ciego del alma cerrado para siempre.
El pintor ha pintado un nuevo cuadro que es como cerrar un libro que ya nunca se volverá a abrir. Pero está contento, lo mira con orgullo porque nadie podrá volver a pintarlo y en ese fugaz momento fue solo suyo.
Este gato está de suerte.


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