Nuestro vecino es un gato negro, muy, muy anciano. Apareció un buen día y se pasa las horas en el alféizar de la ventana con la mirada perdida en algún lugar al que los demás no llegamos.
Tiene hondas cicatrices en su cuerpo y no tiene dueño, un día apareció y se acomodó en la ventana del vecino humano, generoso y amable.
Desde mi lugar lo miro de reojo; sé que él lo sabe porque levanta la cabeza orgullosa para mostrarme sus heridas antiguas.
Un día no pude resistirme y me acerqué despacio, silencioso, guardando todo el ritual de los saludos gatunos. Me senté a su lado, los dos mirando a un lugar desconocido.
Así pasaron los días hasta que giró bruscamente la cabeza y me miró.
Es ciego.
Es ciego.
_No te veo pero te huelo, me dijo.
Así pasaron los días, en silencio, con su mirada perdida, yo a su lado, atento y Fabi con sus palomas siempre triunfantes.
Ayer me habló y casi me caigo de la ventana.
“Tienes una gata y eso está bien.
He tenido tantas, tantas que recuerdo a muy pocas. Mi vida ha sido buscar y buscar.
Hubo una, ya sabes ( asentí como si yo lo supiera, naturalmente )
Esa gata que no se diferencia en nada de las otras salvo en que logra que te fijes en ella.
Y me fijé.
Fué un tiempo de carreras, de alegría y sobre todo de arañazos. Arañazos tan profundos que se nos fue el amor por ellos.
Nos dijimos adiós, cada gato por su lado, buscando, locos, insomnes, con alacranes negros en nuestras camas, solos en medio de multitudes.
Ha pasado mucho tiempo y hoy la he vuelto a oler. Está frente a mi, ¿no la hueles?
_Claro maestro, la huelo y la veo, la veo. (juro por mis dioses que ni huelo ni veo nada)
_Eres un mentiroso pero está ahí; por alguna razón del azar nos hemos vuelto a encontrar. Me mira y yo la veo.”
Y de nuevo se encerró en su silencio.
Hoy he salido a la ventana y mi vecino no está. Sé que nunca volveré a verle.
Adiós, viejo gato negro.
Por la calle pasa una gata vieja, solitaria, orgullosa y triste. Me mira, la huelo.
Silencio.