viernes, 13 de mayo de 2011

COMO LOS HIJOS DE LA MAR.


Atardecer de luces rojas en la playa. Una trompeta susurra un blues y un pintor sus últimas pinceladas del día. Dos gatos asomados a la esquina del callejón sin nombre.
Pasan los humanos abriendo y cerrando puertas; pocos miran el mar, azul profundo y rojo, hacen quiños ante el ùltimo sol horizontal.
La trompeta se desliza en los corazones y los hombres guardan silencio porque saben que hay un matrimonio sagrado entre la música y el mar.
El pintor mira lejos. ¿Qué puerta se ha cerrado tras su última pincelada.?
Los hombres componen poses para ocultarse del daño de los otros: murallas, puertas, corazas... A los gatos no pueden engañarnos, nosotros sabemos.
Y hay momentos en los que un viejo blues y el mar, azul profundo y rojo, derriban todos los muros y abren todas las ventanas para que entre la brisa fresca.
Enternece y alegra verlos así, abandonados, "casi desnudos, como los hijos de la mar”.
Fabi y yo aspiramos ese segundo de inmortalidad en el que todo está bien, en su sitio y los viejos dioses protectores vuelven a posar sus manos sobre las viejas heridas.
Pasa la noche.
Se abre una puerta.


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